Todos los aditivos alimentarios son contaminantes
Los alimentos bellamente expuestos en los supermercados y tiendas han de ser “políticamente y estéticamente perfectos”, como un jardín de plástico. Manzanas del cuento de Blancanieves, tomates de exposición, bebidas de hipnóticos colores anaranjados o rojizos, jugosos cortes de carne o embutidos de atractivos tonos rosados, caramelos de los colores del arco iris, creativas golosinas, aperitivos de todos los sabores inimaginables,… Todo esto se consigue con los aditivos, las sustancias químicas que se añaden deliberadamente en la comida para hacer su presentación más aceptable, mejorar su aspecto, su gusto o su ¿calidad?
Pero cada día que pasa más estudios científicos avalan la incidencia negativa de estas sustancias químicas en nuestro organismo. Consumimos los aditivos –conservantes, antioxidantes, potenciadores de sabor, edulcorantes, colorantes- con los alimentos que compramos y guardamos en la nevera de nuestras casas y que ingerimos día tras día queramos o no. Los actuales hábitos de vida invitan a la compra y consumo de alimentos procesados, envasados, enlatados, precocinados, elaborados, precortados, prelavados,… La cocina tradicional casera parece haber desaparecido.
Hiperactividad y comida
Niños hiperactivos o con déficit de atención mejoran considerablemente cuando se les alimenta correctamente, y se reduce la ingesta de aditivos no nutrientes.
Estudios llevados a cabo por Joe Egger, en 1985, del Great Ormond Street Hospital de Londres (Gran Bretaña), han establecido que hay una clara asociación entre el comportamiento hiperactivo y la comida.
Según estas investigaciones, los aditivos más peligrosos serían el colorante naranja (tartracina) presente en bizcochos, pescado empanado, helados, gelatinas, batidos o refrescos, que puede producir edemas facial y labial, urticaria, asma o rinitis; ciertos tintes rojos (eritrosina, cochinilla) utilizados en cereales, kétchup, embutidos, salamis, helados,… aceleran la hiperactividad en niños susceptibles y producen dolores de cabeza en adultos.
Conservantes como los parabenos y benzoatos, presentes en cosméticos, sopas, bebidas, fármacos, purés, kétchups,… causan dermatitis, urticarias, angiodema, dolores de cabeza. Otros aditivos como los nitratos y nitritos son sospechosos nada menos que de causar cáncer.
Vinos y sulfitos
Ciertos conservantes y antioxidantes, como el dióxido de azufre, por ejemplo, producen muchas reacciones adversas. Interaccionan con las proteínas y las grasas insaturadas, y también con la vitamina B1 y la vuelven inactiva. También se añaden sulfitos a los alimentos deshidratados, los vinos o las cervezas y las botellas de tintos y blancos en USA y Australia llevan la leyenda de “contiene sulfitos”. La sensibilidad a éstos también está relacionada con el síndrome de colon irritable y documentada la larga relación de incompatibilidad entre los asmáticos y estas sustancias químicas. Los sulfitos producen espasmos en los conductos respiratorios: baste decir que la industria farmacéutica los utiliza como instrumento de investigación para producir reacciones asmáticas en voluntarios sanos en los ensayos de nuevos fármacos contra el asma.
Como muchos de los alimentos que ingerimos llevan sulfitos como conservantes, en imposible calcular cuántos ingerimos al día. Suelen estar sulfitados las conservas en vinagre, verduras y yogures procesadas, aperitivos embolsados, frutos secos, sopas deshidratadas, pastas para untar de pescado y marisco, rellenos de pastel de fruta, zumos y concentrados de fruta, cervezas, vinos, alimentos enlatados,… ¿Quién no consume alguno o todos ellos?
Consumo inteligente
Afortunadamente se está extendiendo una nueva cultura del consumo inteligente de los alimentos que vienen procesados desde el mercado hasta nuestras mesas y comienzan a lanzarse campañas publicitarias de fabricantes con el reclamo de "sin conservantes”. Hoy la modificación de algunas comidas empieza antes de que se siembre la semilla, con la ingeniería genética y las especies resistentes a las plagas, con los cultivos en invernaderos o el uso de antibióticos en el ganado. Los beneficios económicos que reportan los aditivos químicos alimentarios prevalecen hoy sobre la salud. Pero hay quienes pensamos que todos los aditivos de la comida deberían ser considerados como contaminantes.